Café. ¿Un ojo? No, era más oscuro. Le sale humo. ¿Blanco, gris? Gira y se eleva, como si despertara. Sirve para eso, para despertar. Y huele bien. A día, a despertar, a fresco, a salón de maestros, a París. ¿A cigarros? París olía a cigarros y café. Los cigarros también tienen humo, ¿verdad?
-¿Eh?- preguntó apensa levantando la cabeza de su trabajo.
-No, nada.
Hacía calor. Como amante inseguro, que no te suelta. Al principio te abraza cariñoso, pero no se despega y te sofoca. Café con tanto calor. Más por hábito, por costumbre, que por frío. El café oscuro, quieto, en su lugar, revolviéndose y saliendo en volutas al cielo. Lo sigo con la mirada. El humo que sale del café, ¿es el alma del café? ¿Se queda un líquido muerto? ¿Se va parte del café? ¿Por eso se llama asiento el que se queda? ¿O no tiene nada que ver?
El café sigue ahí. Espera que pase el tiempo. ¿El café tiene frío? ¿El café suda de tan caliente que está? ¿Me tomo el sudor del café?
-Jeje, qué asco.
-¿Qué?-vuelve a preguntar la niña desde la mesa.
-No, nada.
Espero que se enfríe el café. No me gusta caliente. A los gatos tampoco.
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